FUENTE: CLARIN
Corina tiene los párpados caídos y miedo en la mirada. Cuenta que se
conocieron hace 15 años, mientras veraneaban en Punta del Este. Él,
comerciante; ella, diseñadora gráfica. Los primeros indicios de
violencia, dice, son borrosos: una vez que le tiró un vaso de Coca Cola
en la cara, las noches en que la hacía dormir en el piso. Pero en 2009,
convencido de que ella lo engañaba, Javier Weber la encerró en la casa
que compartían y mandó un remís para que retirara a sus dos hijas del
colegio y vieran lo que estaba por hacer. Apoyó a Corina contra una
pared y durante 12 horas le tiró cuchillazos. Corina cerraba los ojos y
sentía la brisa de los cuchillos rozándole la cara y clavándose en la
pared. Lo que siguió fue el colmo del abandono: la policía fue a
buscarla y en vez de tirar la puerta abajo, tocó timbre. Como no atendía
nadie, se fue. Y como nadie guardó la ropa ensangrentada ni los
cuchillos, a Weber sólo le dieron una condena en suspenso por amenazas.
Pero el hostigamiento empeoró y aunque Corina lo denunció 80 veces en un
año y medio, jamás logró que le pusieran custodia. Hasta que hace dos
años, Weber apareció disfrazado de anciano en la puerta del colegio y la
baleó. Recién ahí, cuando ya estaba preso, la Justicia se acordó y le
puso custodia. Hoy se conocerá la condena. Ahora ella, con dos balas
atravesadas en el cuerpo y con pánico a que vuelva a intentar matarla,
cuenta su historia.
¿Cómo fue empeorando la situación de violencia?
-Al
principio no había golpes, sólo se ocupaba de arruinarme cumpleaños o
navidades. Se rayaba, empezaba a gritar y chau. Pero nacieron las nenas y
se agravó. Quizás porque empecé a prestarle menos atención. Así
empezaron las amenazas de muerte.
-¿Intentaste separarte?
-Sí.
Y ahí se complicó todavía más. Me decía: ‘Si vas a la comisaría, mato a
las nenas primero, te mato y me mato yo. Lo que ves en el noticiero
pasa en la vida real’.
-¿Qué hizo que un día lo denunciaras por primera vez?
-Fue
en abril de 2009. Él estaba paranoico, creía que yo lo engañaba: con
mis compañeros de trabajo, con el chofer de la combi que me llevaba, con
quien fuera. Quería saber la clave de mi mail, pero como era una
persona muy hostigadora y capaz de hacerme echar del trabajo del que
vivíamos los cuatro, no se la di. Me tuvo 12 horas encerrada, me sacó
las llaves de la cartera e hizo volver a las nenas del colegio porque
creía que ellas la sabían. Me pegaba en la cabeza, paraba, decía ‘dame
la clave, te vas a morir ahí parada, dame la clave’, y me tiraba
cuchillazos como si fuera un tiro al blanco. Yo tengo el pantalón
tajeado y las fotos de los tajos en el cuerpo. Lo denuncié. Y me dije:
‘Pude. No estoy más acá encerrada con este loco’. Pero ahora estaba en
la calle, y yo a su disposición.
Sus hijas tenían 6 y 7 años.
Ese día, el padre las sentó en la cama, clavó un cuchillo en el colchón y
las dejó mirando. A Corina la sacó la Policía con la cabeza deformada
por los golpes, pero el juez dijo que las nenas tenían que quedarse. La
causa llegó a juicio. Como nadie había guardado la ropa no pudieron
probar que había querido asesinarla. Lo condenaron pero por amenazas.
-¿Qué
pasó luego de la condena? - Fue peor. Yo iba caminando por la calle y
él salía de repente del hall de un edificio. Me seguía al trabajo, subía
al colectivo y él subía, bajaba y él bajaba. Una vez, estaba en la
estación de subte y, cuando me doy vuelta, estaba parado al lado mío.
Cuando el subte pasó, me puso una mano en el hombro, como si fuera a
empujarme a las vías, y me dijo: ‘Mirá qué fácil sería’. Con las nenas
era igual: a la de 9 años le dijo: ‘A vos ya te pica la conchita porque
sos una futura putita’. En ese año y medio le hice 80 denuncias y nunca
me pusieron una custodia.
-¿Seguías trabajando?
-No.
El hostigamiento telefónico era brutal: llamaba 30 veces al trabajo y
lo atendían los supervisores. Y cuando me perseguía yo llegaba temblando
y no rendía. Además, empecé a faltar: cuando salía de mi casa y lo veía
escondido en la esquina no me animaba a salir. Llamaba al 911 y me
decían ‘Llame a la oficina de violencia doméstica’, y ahí me decían: “No
salga, señora’. Me terminaron echando.
-Hasta que hace dos años te esperó en la puerta del colegio, en Palermo, y te disparó...
-Fueron
segundos. Llegó al colegio, esperó a que las nenas entraran y me abordó
por atrás. Estaba disfrazado de abuelo: tenía una boina, una peluca,
traje y bastón. Pero me dijo: “Te dije que te iba a matar, hija de puta.
Pum”. Y yo reconocí su voz. Adentro, estaban izando la bandera.
Weber
le disparó seis veces muy cerca del pecho, por lo que las balas no
llegaron a tomar velocidad. Acertó tres tiros, erró dos y el sexto no
salió. Corina pasó 17 días internada en terapia intensiva en el Hospital
Fernández. La operaron de un neumotórax y una de las balas le fracturó
las costillas. Cuando un maestro llamó a las nenas para decirles que su
mamá había tenido un accidente, la de 9 años le dijo “Fue Weber, ¿no?
¿Ya la mató?”. Después, vino lo que parecía una broma: le pusieron
custodia cuando él ya estaba preso. Y desde los juzgados empezaron a
tramitar las 80 denuncias. “Qué tal señora, ¿usted hizo una denuncia por
amenazas hace seis meses?”.
-¿Tiene miedo de que vuelva a intentar matarla?
-Los
traumas van a quedar para siempre. Durante el juicio no me pude sentar
de espaldas a él, y cada vez que entraba a una audiencia preguntaba
tres veces si lo habían revisado. Cada vez que se agachaba pensaba que
iba a sacar un arma. Pensé en irme del país porque acá, por más que él
esté adentro, yo no podría vivir. Aunque ahora lo condenen, el Estado ya
me abandonó. Cuando veo que los presos salen pienso que me lo voy a
volver a encontrar en la calle. El nunca se arrepintió, está obsesionado
conmigo y como no me mató, el punto de obsesión no se terminó. Mientras
esté preso va a imaginar la forma de matarme cuando salga. ¿Pensás que
en la cárcel le va a costar mucho conseguir a otro loco que venga a
matarme por dos mangos? Podrá estar en Marcos Paz pero no hay un sólo
día en el que yo vaya a dejar a mis hijas a la escuela y no mire más de
20 veces para atrás, por si otra vez me está esperando.