lunes, 9 de agosto de 2010

Relato de una "Boda de antes..."



La verdad que es que por ser un pueblo pequeño, no había muchas, pero más que ahora sí, por eso pongo “hace mucho... mucho”. Ahora parece que con esto de que todo “cambia”, nadie quiere comprometerse en nada, ni incluso en asegurar su futuro y su familia. ¡Cosas y modas de estos tiempos, que esperemos pasen pronto…!
Recuerdo una boda. La de mi tío “Guinda”, que por ser de la familia, la viví de cerca. Los novios ya eran un poco veteranos, por lo que el anuncio oficial, que se hacía en las misas, con las famosas “proclames”, a nadie le pilló desprevenido, lo que más les interesaba saber era la fecha, dónde se iba hacer el banquete, qué vestido se pondría la novia, quienes serían los padrinos y qué dulzaina traerían.
La historia nos dice que antes la mayoría, llegaban al matrimonio “sin ablande” diríamos hoy, y el compromiso era firme y duradero. Hoy llegan después de mucho rodaje y resulta que los fracasos están a la orden del día. ¡Y me pregunto yo! ¿Hemos avanzado o hemos retrocedido? El tiempo lo dirá. Pero el tiempo no habla. ¡Pero, tener que aguantarse toda la vida…! Pero resulta que ahora se matan. Ahí está la violencia de género. (No es el género que, antes se decía al paño, sino la violencia entre el género masculino y femenino). ¡Pero antes también sucedían estas cosas, lo que pasa es que solo se enteraban los que compraban “El caso”! Bueno, no sé, hay opiniones para todos los gustos y pareceres y yo las respeto, así como quiero que respeten la mía… ” ¡Por qué no te callas…!”
Bueno, dejemos esto y vayamos a la boda. Se comenzaba buscando unos buenos padrinos, para que la boda fuera lo más rumbosa posible. Primero entre los familiares y después algún personaje de estos que siempre hay en los pueblos que parece han nacido para ser padrinos. Cuando nacieron la partera, no le dijo a la madre es nene, sino: “te ha nacido un padrino”.
La junta de mozos y mozas ya se ponían en campaña organizándose para que la boda fuese lo más rumbosa posible. Ordinariamente se solían casar al terminar las tareas del verano o más bien para Febrero o Marzo. La razón era que por esas fechas estaban más liberados del trabajo del campo y podrían incluso tener su “luna de miel” que consistía en ir a visitar a algún familiar en la ciudad o en algún pueblo, aunque hubiera que ir en burro. Así les pasó a unos que se fueron para el lado de Villasur, y les pilló tal nevada, que la luna de miel la pasaron entera y verdadera en “la venta Caniche”.
¿Y si era invierno con qué ramos hacían la enramada? Pues con ramos de pinos y de romero. Los mozos se pasaban todo el día acarreando ramos de pinos y la noche colocaban la enramada, combatiendo el frío con calefacción interna, usando como combustible aguardiente.
Las mozas por su parte, también pasaban el día y la noche haciendo rosquillas y adornos de papel y encajes para la enramada. Y no es muy aventurado suponer que los primeros a quien daban a probar las rosquillas eran los mozos.
Los invitados acudían con frecuencia, un par de días antes y se agregaban a los mozos, siendo los encargados de sacar de la casa de la novia alguna que otra rosquilla para acompañar al aguardiente. Cuando la novia se hacían de rogar el mozo mayor se “personaba personalmente” ante la novia y le venía a decir con mucha unción: “Buenas noches nos dé Dios. Se saluda y da la enhorabuena a la novia y a toda su familia y que Dios quiera sea para bien. (Después venía la cuchillada). Según los usos y costumbres de nuestros antepasados, me persono humildemente, suplicándole tenga a bien, otorgar voluntariamente a la honorable junta de mozos del pueblo que presido, los derechos inherentes a tan importante acontecimiento”. Si daba poco y tarde, se montaba la bronca expresada con coplas alusivas. La misma ceremonia se repetía en la casa del novio.
¿Y no había despedida de solteros? Como la de ahora no. El domingo anterior en la cantina se pagaba un par de azumbres de vino y sardinas arenques para todos los presentes. Más de uno aprovechaba la ocasión para ponerse “en trance” de balde.
La boda solía ser el domingo a las doce, después de la misa. El novio acompañado de la madrina con su bolso rumbón al brazo, se dirigían a la iglesia donde les esperaba a la puerta el Sr. Cura. Inmediatamente llegaba la novia del brazo de su padrino, y detrás del Celebrante entraban a la iglesia en medio del solemne volteo de campanas y el estruendo de “cuetes”.
Concluida la ceremonia, los flamantes esposos y emprendían la marcha en dirección a casa de la novia entre vivas, “cuetes”, volteo de campanas y algarabía. Por el camino los padrinos tiraban a diestra y siniestra, (a veces donde más barro había), paquetitos de almendras y caramelos con “perras”. Y los chiguitos y no tan chiguitos, a correrlas como galgos tras la liebre. Si tardaban en sacar la mano de la bolsa, ya estaba sonando aquello de: “madrina roñosa, saca la mano de la bolsa”.
El banquete era por todo lo alto, (no tanto como las bodas de Camacho pero “por ahí se le andaba”). Nadie se quedaba con hambre: asao de cordero, pollos, conejos, incluida la matanza del gocho, todo desfilaba por las improvisadas mesas que se ponían hasta en la portada. Si la boda era rumbosa se invitaba a todo el pueblo. En medio de la comida, más bien a los postres, cuando ya les había subido un poco la temperatura y estaban todos más que contentos, los mozos y mozas improvisaban alguna copla al respecto en la que exaltaban las virtudes de los flamantes esposos, cargaban algún comensal, deseaban parabienes a la familia a la vez que pasaban la boina pidiendo colaboración a los invitados y cantando aquello de: “Tú que te tienes por rico / demuéstranos que es verdad, /saca la cartera amigo, / y no te hagas de rogar”.
¿Y qué hacían después? Pues si no hay música no hay fiesta. Con tiempo la junta de mozos ya había contratado la dulzaina; a Pedro el de Villaeles con su acordeón o a un organillo que no sé de dónde venía. Y los chiguitos ya estábamos dispuestos a darle a la “zancada” por riguroso orden.
¿Y donde se hacía el baile? Ordinariamente el la era de la taberna, o sea, frente al ayuntamiento. Pero en ese tiempo había que tener preparado algún almacén o nave por aquello de que siempre llueve a destiempo. En aquel entonces, no había ningún local apropiado como para meter a tanta gente, pues los de los pueblos vecinos no se lo perdían.
Recuerdo cuando se casó mi tío “Guinda”, que se hizo en un corral. Ese día las ovejas las llevaron al corral del monte, pero se olvidaron de llevar también las pulgas. Por lo que las rascadas estaban a la orden de la noche. Dicho corral, (hago la aclaración para los jóvenes) estaba en una esquina de la plaza, donde ahora está el taller de Juan Carlos.
Si la música era aburrida, estaba la “chocolatada” y el juego de brisca en las casas hasta que el cuerpo no daba más. Esto sin quitar el ojo a los nuevos esposos para ver cuando se iban a dormir para cantarles la rondalla. Este “último acto de la comedia” dependía de cómo estuvieran los mozos y mozas. Porque lo más frecuente, era que después de la noche de la enramada y de la abundante comida, y bebida, no estarían para muchos “kirikís”.
Hubo una vuelta, que un viudo se iba a casar con una moza soltera mucho más joven que él. Y como los “dimes y diretes” ya corrían por el pueblo, decidieron casarse “a la chita callando”, nada menos que en León. La junta de mozos, montó guardia todas las noches durante una semana a la puerta de su casa, porque se habían enterado (en los pueblos no hay secretos), que se iban a ir de madrugada. Y así sucedió. Pero el mayordomo de los mozos le encaró al salir de casa, exigiéndole que antes pagase religiosamente los derechos acostumbrados. Y así lo tuvo que hacer, porque de lo contrario, estaban dispuestos a no dejarle marchar y darle la consabida cencerrada. ¿Que quién fue? “Se dice el pecado pero no el pecador”.

Fuente: http://www.vegavaldavia.com/

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